Por Jose Antonio Zarzalejos
Publicado en El Confidencial (09/03/2011)
Según asegura un estudio de la Fundación de las Cajas de Ahorro (FUNCAS), la economía sumergida en España alcanzaría la desesperante cifra del 17% del PIB y, si emergiese, reduciría en número muy considerable la cifra de nuestros desempleados. Es obvio que los responsables de la economía sumergida son unos corruptos a distintas escalas, pero corruptos y, por lo tanto, insolidarios, merecedores de reproche social y de sanción administrativa y, en su caso, penal.
¿Quiénes son? Veamos. La señora de economía familiar saneada que paga 600 euros al mes a su empleada doméstica -por lo general inmigrante- a la que no da de alta en el régimen correspondiente de la Seguridad Social. El patrón de una pequeña empresa que hace negocios de construcción y que, además de emplear rotatoriamente a parados que perciben o el subsidio, cobra en negro a sus clientes y, por lo tanto, sin IVA. El dentista que hace que su enfermera o recepcionista pregunte al paciente si quiere factura de la intervención que le ha practicado, y si la respuesta es negativa, el dinero no pasa a los libros. El comprador y vendedor de una vivienda, que se ponen de acuerdo para que una parte del precio sea en B, con lo que abonan en cascada menos impuestos, desde el de valor añadido al de plusvalía. El industrial que crea una factoría ilegal en una pabellón periférico en el que hace trabajar doce horas seguidas por un sueldo mínimo a extranjeros -chinos, peruanos- elaborando copias e imitaciones de productos de lujo (bolsos, carteras, pañuelos) y los comercializa en redes incontroladas de mercados y mercadillos, todo ello sin pagar un solo euro a la Hacienda Pública y con grave explotación de los trabajadores.
Y en general, son corruptos los profesionales que no documentan y abonan con artilugios defraudadores el total de sus ingresos; o los altos directivos que no declaran en su IRPF los pagos en especie, o tantos y tantos que defraudan -a veces poco, a veces mucho- en la confianza de que la Inspección de la Agencia Tributaria no les atrapará. Y todos ésos que no pagan las sanciones administrativas por infracciones de distinta naturaleza, eludiendo hasta las vías de apremio mediante alzamiento doloso de sus bienes.
Muchos de estos corruptos sociales son los que, en ocasiones, se indignan con los políticos también corruptos de la trama Gürtel, de los ERE's fraudulentos en Andalucía o de la rebatiña de latrocinio en Baleares. Son tan hipócritas que hablan en alto en los restaurantes por la insoportable rapiña de los políticos; escriben cartas al director en tono moralista y cívico, participan acusadoramente en redes sociales y se llevan las manos a la cabeza por la marcha del país.
La corrupción de la economía sumergida hace pinza con la política y crea un clima moral asfixiante e hipócrita. Aunque ofrece explicaciones al hecho de que en España no se haya producido un estallido social. Porque si a los sistemas de protección social y al colchón protector que sigue representando la familia en España se une esta ocultación de actividad económica y laboral, parece claro que la normalidad que se observa en muchos aspectos resulta sólo aparentemente incoherente con las terribles cifras macroeconómicas que nos atenazan.
Un 17% del PIB en economía sumergida constituye una inmoralidad cívica tan aplastante y bochornosa que se impone una acción pública y social que la reproche severamente. Porque si no se sanea la conciencia colectiva del país, ocurre que los políticos corruptos son asumidos con cierta normalidad por los electorados; que los escándalos de corrupción no provocan el rechazo de los electores que siguen depositando su sufragio a favor de personas turbias, quizás porque su corrupción es juzgada con el mismo rasero benévolo que la propia. Entramos -estamos ya- en un círculo vicioso en el que los corruptos claman contra la corrupción cuando están instalados en ella sin aflicción o remordimiento alguno.
Así nos va: con un 17% del PIB economía sumergida y con una convivencia en la que, a veces, el más reputado es siempre el más pícaro, el más defraudador y hasta el más delincuente. Que nadie se engañe: los políticos corruptos son a menudo el simple reflejo de la laxitud de las sociedades que les soportan.
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