Por Carlos Fonseca
Publicado en El Confidencial (21/03/2011)
La coalición internacional, encabezada por Estados Unidos, Francia y Reino Unido, inició el pasado sábado los bombardeos contra objetivos militares en Libia para proteger a la población civil de los ataques de las tropas leales al régimen de Muamar el Gadafi. Un fin loable si fuera verdad, pero mucho me temo que tras las declaradas buenas intenciones se esconden intereses geopolíticos en la zona. Solo hace falta mirar las decenas de conflictos y de dictaduras que la comunidad internacional ha ignorado porque no eran rentables (los genocidios en Ruanda o en la República Democrática del Congo, por ejemplo) o consentido porque convenía a sus intereses (las de Oriente Medio son un buen ejemplo).
La protección de la población civil es una enorme mentira, porque hace ya tiempo que los ciudadanos no son solo víctimas colaterales de los conflictos armados, sino un objetivo prioritario. Desde que en la Segunda Guerra Mundial se bombardearon ciudades por primera vez, las víctimas civiles han ido en aumento en todas las guerras. No son solo muertos, son mujeres violadas, niños soldado, hambrunas, epidemias, y millones de desplazados y refugiados. Si a principios del siglo XX los civiles representaban el 5% de los muertos, a comienzos del siglo XXI son el 90%. Hemos pasado de los conflictos entre Estados a guerras civiles, en muchos casos con componentes étnicos-religiosos, en las que el “primer mundo” interviene o no a conveniencia.
Las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 causaron más de doscientos mil muertos (obviamente no solo militares) y sus efectos se han prolongado durante décadas como consecuencia de la radiación. El relator especial de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en el genocidio de Ruanda contabilizó al menos 250.000 de mujeres violadas. La guerra de la República Democrática del Congo contabilizó más de cinco millones de muertos entre 1998 y 2007, según datos del Comité Internacional de Rescate. Los Balcanes, Chechenia, los miles de desaparecidos de las dictaduras de Chile y Argentinas, son solo unos pocos ejemplos de la indiferencia cuando no está en riesgo el equilibrio de poder en la zona o conviene al interés de los poderosos.
Muamar el Gadafi, el sátrapa al que ahora todos condenan, recibió honores de Estado allí donde fue, firmó convenios de amistad con algunos países que hoy justifican el empleo de la fuerza contra él (Italia), y Estados como España le vendieron armas. ¿Acaso era entones un firme defensor de los derechos humanos? No, pero lo que ocurría de puertas para adentro era un problema interno.
El petróleo (el 80% de la producción Libia va a parar a Europa) y la estrategia geopolítica la convirtieron en una dictadura consentida porque era útil para los intereses de Occidente y Estados Unidos. Como lo fueron las de Egipto o Túnez, países en los que sí ha triunfado la revolución, o como lo son las de Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Catar, Yemen, Bahréin, Argelia … donde el petróleo y el gas sirven para que el primer mundo mire hacia otro lado, justificando con ello la ausencia de libertades de sus ciudadanos.
Ni la primera ni la segunda Guerra del Golfo tuvieron como objetivo al defensa de las libertades. En la primera, la invasión de Kuwait (1990) por Sadam Husein (Iraq era entonces la cuarta potencia militar del mundo) tuvo al oro negro como trasfondo, y en la segunda, su inclusión en el “eje del mal” con Corea del Norte e Irán y las inexistentes armas de destrucción masiva sirvieron para derrocar el régimen de Bagdad, que de ser aliado en la zona se había convertido en un peligro.
Es muy probable que la coalición internacional derroque a Gadafi, una vez que la revolución del pueblo se ha demostrado incapaz de hacerlo por sí mismo. ¿Hacia dónde miraría la comunidad internacional después de tantas críticas, tantas cumbres y tanta palabrería de apoyo a los rebeldes si permitiera la continuidad del dictador? Tal vez si no existiese un riesgo real para Occidente (Gadafi ha declarado el Mediterráneo zona de guerra), la ONU se hubiese limitado a reclamar al dictador que respetase la voluntad de su pueblo.
Cuando esto acabe, ¿será Gadafi juzgado por delitos contra la humanidad, o las potencias europeas alcanzaran con él un acuerdo para un exilio dorado a cambio de una transición política pacífica? ¿Qué parte de la intervención internacional ha sido en defensa de los derechos humanos y las libertades, y qué parte ha estado movida por meros intereses económicos?
Si a la ONU y a la Unión Europea le interesan de verdad los derechos humanos, al margen de cualquier otra consideración estratégica, debería empezar a exigirlos en Oriente Medio, o hacer cumplir sus resoluciones a Israel en el conflicto que la enfrenta con los palestinos, o a no mirar para otro lado en las guerra que desangran el África subsahariana, países expoliados por el colonialismo y donde ya no hay en juego intereses que justifiquen la intervención del “mundo libre”.
Hasta el próximo lunes.
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