Por Carlos Sánchez
Publicado en El Confidencial (22/03/2011)
Gadafi en Libia es el Hermano Líder. Nadie osa llamarlo de otra manera. Ni siquiera los extranjeros. Y mucho menos las empresas multinacionales que han encontrado en Trípoli un suculento mercado. Nada nuevo bajo el sol.
Lo realmente singular es la construcción de un proyecto faraónico -y sin duda necesario- puesto en marcha por tan carismático líder en 1984, y que responde al nombre de Gran Río Artificial. La obra ha consistido en la creación de una red de tuberías destinada a llevar agua desde el corazón de los acuíferos del desierto (surgidos cuando el Sáhara era un territorio fértil) hasta el norte del país, donde se concentra el 95% de la población libia.
En total, casi 4.000 kilómetros de tuberías -una distancia incluso superior a la que separa Madrid y Moscú- de un diámetro de 4 metros. El Hermano líder ha destinado a ese gigantesco proyecto -Libia es uno de los países más secos del mundo- nada menos que 25.000 millones de dólares. Una cantidad verdaderamente colosal para un país de poco más de seis millones de habitantes. Es como si España destinara el 35% de su PIB (unos 350.000 millones de euros) a un solo proyecto.
Gadafi recela del capitalismo, pero lo cierto es que la obra la han ejecutado empresas coreanas, canadienses, estadounidenses o francesas, lo que refleja que una cosa es denunciar el ‘sionismo internacional’ y el ‘imperialismo americano’ y otra bien distinta es hacer política en un país en el que el 95% de las exportaciones, el 25% del PIB y el 80% de los ingresos públicos tiene que ver con el petróleo. Las autarquías siempre han necesitado un impulso tecnológico exterior. Y Libia no es una excepción.
Gadafi lo sabe, y por eso ha tejido una compleja red de contratistas que le han liberado de la presión ejercida por la comunidad internacional contra los países gamberros. El término está ya en desuso, pero no la realidad de Libia, lo que hace que la intervención militar tenga más sombras que luces.
Sellar las fronteras
La resolución de Naciones Unidas no autoriza la invasión terrestre, como se ha encargado de subrayar la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, y nada indica que se pueda acabar con el régimen si las tropas de la coalición no pisan suelo libio. Ni siquiera sellando las fronteras con un embargo a todas luces injusto con la población civil, como sucedió en Iraq. Máxime cuando como reconoce la página 56 de este documento del Gobierno español, Libia continúa teniendo arsenales de armas químicas (aunque haya construido ya una fábrica para su futuro desmantelamiento) En este caso, las armas químicas no son un invento de la CIA.
Como ha recordado Félix Arteaga, investigador principal de Seguridad y Defensa del Instituto Elcano, las intervenciones las carga el diablo. Incluso las que tienen carácter preventivo, como supone la creación de una zona de exclusión aérea. Según datos del RUSI, un relevante think tank británico, la creación de una zona de exclusión aérea en Irak durante los 12 años que duró la operación costó 1,5 billones de libras y 34.000 salidas aéreas. Una cantidad sin duda inasumible en las actuales circunstancias económicas. Ese elevado coste, al margen de otras consideraciones políticas o estratégicas, explica el tímido papel de EEUU en la intervención. Aunque no es esa la única razón.
El hecho de que Obama no se haya calzado la gorra de comandante en jefe de la VI flota (todavía) lima la resistencia que hubiera tenido en los países árabes una acción armada protagonizada por EEUU, aún el gran Satán para buena parte de la población. Y no necesariamente la más influida por Al Qaeda. El problema es que países musulmanes como Turquía -miembro de la OTAN-, no participan en el combate, y eso sin lugar a dudas resta legitimidad a la intervención. Al contrario de lo que sucedió en Irak, en esta ocasión el debate político no tiene que ver con la legalidad de la operación, sino con la legitimidad, un concepto más gaseoso pero de indudable transcendencia en unos momentos en los que Obama y sus aliados -incluido Reino Unido- huyen como pollo sin cabeza, que diría John Benjamin Toshack, de cualquier comparación con lo que ocurrió en Irak.
Y legitimidad tiene, como asegura la profesora Araceli Mangas, el levantamiento de los libios de la Cirenaica contra Gadafi. Sostiene Mangas, catedrática de la Universidad de Salamanca, que no hay ilícito cuando un pueblo se levanta en armas “contra quien le niega sus derechos de participación en la vida política, económica, social y cultural y viola sus derechos humanos de forma constante, grave y masiva”. Así está reconocido, recuerda, en la Resolución 2625 (1970) de Naciones Unidas, en la doctrina cristiana, en el pensamiento de grandes autores como Francisco de Vitoria, Kant, Vattel y Locke, y en el preámbulo de la Constitución francesa.
Abstención de los emergentes
Argumento intelectuales de peso que desde luego no han convencido a los países emergentes. En particular los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que se abstuvieron en la votación del Consejo de Seguridad. Su actitud puede interpretarse como una respuesta al ninguneo que sufren en la ONU por parte de las potencias occidentales, pero también con el poco apego a procesos democráticos en marcha.
La clave en Libia, por lo tanto, es cómo conseguir parar la agresión de Gadafi a las regiones del este del país -un territorio controlado históricamente por tribus beduinas- sin poner pie aliado en suelo libio. Algo sin duda complicado si al mismo tiempo se busca mantener la integridad física de un país con 1.770 kilómetros de litoral, lo que le hace tremendamente vulnerable a movimientos secesionistas.
Y en verdad que hay un riesgo real de que produzca un cisma con capital en Bengasi pese a que la resolución de Naciones Unidas respalda de forma expresa la integridad política del país. Hay quien piensa, sin embargo, que ese escenario es el más propicio para el terrorismo yihadista, pero desgraciadamente la diplomacia internacional se construye con luces de posición y no con luces largas. Y ese el verdadero problema de la acción militar contra Libia.
La coalición espera que la intervención militar acabe lo antes posible para dar paso a la acción diplomática. Lo malo es que es muy probable que al otro lado de la mesa de negociaciones vuelva a estar un tal Gadafi (padre o hijo).
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