Por Antonio Casado
Publicado en El Confidencial
Que la tragedia de Japón no nos haga olvidar la de Libia, donde también planea una catástrofe humanitaria. Amén. Estamos a pocas horas de que a la comunidad internacional se le caiga la cara de vergüenza. Y eso puede ocurrir si los quince países miembros del Consejo de Seguridad de la ONU siguen discutiendo sobre galgos y podencos mientras las tropas fieles a Muamar el Gadafi aplastan en desigual batalla a un pueblo con hambre atrasada de libertad.
El hijo preferido del sátrapa, Saif al Islam, ya anunció ayer al mundo que en cuarenta y ocho horas la maquinaria militar de la familia entrará en Bengasi, último bastión de los rebeldes. Y también último obstáculo para restablecer el statu quo de los últimos cuarenta años, basado en el silencio cómplice del civilizado vecino europeo a cambio de petróleo y generosas inversiones.
Desde el sábado pasado está sobre la mesa del Consejo de Seguridad el llamamiento de la Liga Árabe para que asuma sus responsabilidades como gendarme universal de la paz y la seguridad. Pero los cinco días que han pasado desde entonces nos permiten temer que las llamadas Naciones Unidas han vuelto a ser el lavatorio de manos ante un caso flagrante de crímenes contra la Humanidad.
Solo Francia ha estado a la altura de las circunstancias en esa Europa ensimismada con las neuronas de vacaciones
Esta es la impresión que anoche (hora española) nos dejaban los debates del Consejo sobre la conveniencia o la inconveniencia de prohibir los vuelos sobre Libia (es decir, los cazas de Gadafi) con el fin de proteger a la población civil (es decir, para darle cobertura a los insurgentes). Ojalá me equivoque. Aunque ya con lamentable retraso, la mejor noticia sería la aprobación de esa zona de exclusión aérea, con autorización para aplicar la medida de inmediato. O la expresa autorización “a los miembros de la Liga Árabe y otros Estados a tomar las medidas necesarias para proteger a los civiles y objetivos civiles en Libia”.
Todas esas propuestas aparecen en el borrador apadrinado por Francia y Gran Bretaña con aspiraciones de convertirse en la resolución del Consejo que daría luz verde a una intervención militar en Libia. Pero los diferentes puntos de vista entre los cinco miembros permanentes, con derecho a veto, han impedido hasta ahora la votación. Entre la firmeza de Francia y las reticencias de Rusia, ambas bastante explícitas, los demás son un manojo de dudas que, con unos u otros pretextos (el más socorrido es la incierta implicación de los países árabes), encubren la poca fe en los llamados insurgentes y, en definitiva, la falta de voluntad política para acabar con Gadafi.
Es como si hubieran hecho mella sus amenazas de que, si él cae, a la otra orilla del Mediterráneo llegarán inmigrantes y terroristas en vez de petróleo. Solo Francia ha estado a la altura de las circunstancias en esa Europa ensimismada con las neuronas de vacaciones. Tal vez despierte con la batalla de Bengasi que se avecina. Sería demasiado tarde si en las próximas horas el Consejo no ejerce el deber de injerencia, por razones humanitarias, para retirar de la circulación a un delincuente internacional.
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